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miércoles, febrero 13, 2008

Once

Entrañable Once, película musical que más parece un videoclip de 80 minutos, y que a mí me recuerda precisamente a lo que se hacía para promocionar la música cuando no existía la MTV, aquellas películas de los años 50 y 60 -pienso ahora en Elvis o en los Beatles- en las que se escribía un guión a la medida para encajar las canciones de la última obra del artista de turno y que hacían las delicias de los fans. En ese sentido nada nuevo bajo el Sol, aunque quizá sí que se reinventa el género de alguna manera, ya que hoy por hoy no se necesita de este tipo de promoción y, por tanto, la película adquiere sentido por sí misma.

Aunque no cabe duda de que la promoción le va a venir muy bien a Glen Hansard, protagonista y principal compositor e intérprete de las canciones, el cual, por lo que he podido leer, es un músico Irlandés de cierta relevancia, miembro del grupo The Frames -del que salen algunas canciones de la película- y que también ha editados discos en solitario, el último con Markéta Irglová, coprotagonista de Once, que es la base musical de toda la película. Como anécdota decir que Hansard tuvo un papel en aquella mítica película que fue The Commitments -tiro de Wikipedia, condenadme-.

Once relata la historia de un músico callejero que conoce a una inmigrante checa, la cual también hace sus pinitos en música tocando el piano cuando puede. Juntos entablan una amistad en torno a la música que les llevará a componer y grabar juntos. En contra de lo que en principio podría parecer, la película no trata de una relación o una historia de amor sino, a mi entender, del proceso de creación musical. De forma muy superficial, por supuesto, pero quizá sea la aproximación más cercana que yo recuerde que se haya hecho en celuloide -olvidemos la horrible Tú la Letra y Yo la Música-. No puedo dejar de identificarme con la imagen del protagonista en un rincón de su habitación, solo con su guitarra, intentando componer algo con sentido.

Eso sí, también pecan de ciertos estereotipos que me tocan un poco las narices, como el del músico que va a todas partes con su guitarra y todo lo dice cantando; o el hecho de que prácticamente sin ensayar sean capaces de grabar un tema a la primera en un estudio. Parece mentira que Hansard, siendo él músico profesional, se preste a algo que tiene que saber que sencillamente es imposible, pero bueno, supongo que son cosas de la dramatización, si podemos aceptar una película con un tío con calzones azules y capa roja que vuela podremos aceptar esto.

En cuanto a las interpretaciones están bastante bien teniendo en cuenta que no son actores profesionales. Markéta está correcta, pero Glen Hansard destaca claramente, tanto por la interpretación de sus canciones -ahí lo tiene fácil, es lo suyo- como en la expresividad que transmite en su interacción con el personaje de Danuse. Y la dirección, cámara en mano, le da un toque realista que te hace sentirte muy cercano a los protagonistas.

Por último -quizás debería ser lo primero- está la banda sonora. Todo el castillo se desmoronaría si la calidad de las canciones no aguantara el tirón. A quién le guste el estilo -y a mí me gusta el pop singer-songwriter, lo confieso- le gustarán sin duda estas canciones que, aunque al principio se hacen un poco cargantes, tienen un nivel bastante alto y son las que sostiene la película y a sus protagonistas y sus sentimientos. Aunque esto también tiene truco, porque es más bien un grandes éxitos de la trayectoria reciente de Glen Hansard, en solitario y con The Frames.

Resumiendo: bienintencionada, autocomplaciente y en general muy entrañable. Yo la recomiendo a quien le guste la música y las historias sencilas y sin pretensiones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vaya por delante que la película me gustó. En parte, a mi pesar.

Reconozco que la música no me disgustó, aunque su tufo a Damien Rice meets James Blunt meets cualquierotrodelramo me irritaba a ratos. Y reconozco que me emocioné un poquito (pobre de mí), pero no lograba quitarme de la cabeza la mosqueante certeza de que el uso manipulador de la música (y es que es una película-trampa -o un disco-trampa-) tenía buena parte de culpa en unas emociones que no habrían sido ni la mitad de intensas si la historia estuviese vacía de acompañamiento melódico formulaico.

Once no llegó a calarme. Y no es porque los actores estén mal (que no lo están, y yo al menos aprecié una notable y entrañable química entre ambos) o porque la historia esté mal contada (la idea es buena y su curso es sencillo y agradecido, aunque se pierda en bosques sonoros), sino porque la película no da más de sí... Falta una elaboración de los personajes y sus respectivas historias para que podamos emocionarnos con ellos sin necesidad de ser vapuleados y coaccionados por las canciones.

Siempre recuerdo una ocasión en que no recuerdo qué actor, director o escritor dijo que, a él, películas como El Imperio del Sol lo ofendían porque te pasas el rato pensando: "sí, vale... Muy bien todo... ¿Cuándo va a despegar esta historia? ¿Cuándo voy a sentir algo mínimamente profundo por lo que me están contando?"... Y de pronto se elevan las notas musicales al final y empiezan a rebosarte lágrimas que no sabes de dónde salen o por qué. Ya digo que mayor y más barata manipulación, imposible o improbable...

Pues eso me ha pasado con Once. Lo estaba disfrutando con reservas esperando el despegue, pero sólo fui capaz de emocionarme contra mi voluntad e incluso contra mi gusto lírico en el momento más videoclipero de este macrovideoclip llamado película.