Going to a Rufus concert
Tremendo el concierto de Rufus Wainwright en el Festival de Jazz de Cartagena el pasado 9 de noviembre. No tengo palabras. Pero que no cunda el pánico, intentaré encontrarlas. De hecho llevo días queriendo escribir sobre ello pero necesitaba tener un hueco lo suficientemente relajado como para concentrarme, porque de Rufus, claro, no se puede escribir de cualquier manera.
Llevo años escuchando su música, sobre todo los discos Want One y Want Two -que siempre me parecieron tan excesivos como maravillosos-, pero cuando realmente lo flipé fue con su último disco, Release The Stars -producido por Neil Tennant, de los Pet Shop Boys-, y su peloscomoescarpiador primer single Going To A Town. Así que en cuanto me enteré de que actuaba cerca corrí a comprar las entradas -30 euros y aún así acabé en última fila-.
El concierto lo comenzó precisamente con el tema que da título al disco que venía a presentarnos, y que fue toda una declaración de intenciones de por dónde iba a ir la cosa. Una vez colocada la banda Rufus apareció vestido con un traje chaqueta-pantalón rosa a rayas blancas verticales, y comenzó a cantar con esa voz incomparable que tiene acompañado de, además de los músicos, una bola de espejos que descendió sobre él para darle a la actuación más glamour si cabe. Tras este tema se sentó al piano y siguió directamente con el anteriormente mencionado Going To A Town, la que es una de mis favoritas y no pude evitar pensar que si se despachaba esa al principio el resto del concierto igual iba a ser más flojo. No pude estar más equivocado.
Una de las dudas que me rondaban por la cabeza mientras iba de camino era cómo iba a estar configurada la banda para interpretar en directo las barrocas orquestaciones de sus discos. Lo cierto es que, aún siendo amplia, vi una configuración más reducida de lo que esperaba. La verdad es que no me imaginaba cómo con un batería, un bajo y contrabajo, dos guitarristas y tres músicos a los vientos -además del piano de cola y la ocasional guitarra acústica y española de Rufus-, y sin ninguna cuerda, iban a poder tan siquiera acercarse al sonido del disco. Pero sí, lo cierto es que los vientos suplían perfectamente a las cuerdas y el sonido era tan genial y grandioso como era de esperar.
Además el nivel musical de la banda era tremendo. No sólo eran buenísimos cada uno en lo suyo, sino que algunos cambiaban según la canción de instrumentos de forma que uno de ellos lo mismo tocaba el saxofón, que la guitarra, que el piano de cola. Por no hablar del propio Rufus que, si bien chapurreaba más que correctamente la guitarra, me sorprendió como virtuoso del piano. No esperaba que fuera tan bueno.
La actuación estuvo centrada en los temas de Release The Stars, lo cual yo le agradecí mucho, presentándonos la marchosa Between My Legs, de estribillo impagable y para la cual subió una invitada del público a cantar con él la parte final; la preciosa Nobody's Off The Hook que interpretó al piano; o por último, por nombrar sólo algunas, la tremendísima Slideshow con la que a mí me daban ganas de saltar sobre las butacas, con ese estribillo tan infinito y grandilocuente que tiene.
Además también repasó otros temas emblemáticos de su carrera -aunque tengo que decir que eché de menos la estupenda versión que hace de Hallelujah de Leonard Cohen-, como I Don't Know What It Is, o The Art Teacher -preciosa, él solo al piano salvo cuando entra la trompa con su sonido tan evocador- o 14th Street con la que despidieron la segunda parte del concierto y en la cual los músicos se fueron retirando uno tras hacer un solo con su respectivo instrumento.
Porque una cosa que me llamó también mucho la atención fue la estructura del concierto. El espectáculo estaba dividido en tres partes. Entre la primera y la segunda hubo un descanso de unos quince o veinte minutos, y luego vinieron los bises, que más que bises, como digo, fueron una tercera parte más del concierto, que tuvo una duración total, incluido el descanso de, agarraos, tres horas.
En la segunda parte Rufus, para sorpresa de propios y extraños, abandonó el traje rosa para salir vestido de tirolés. Ahí es nada. Además de sus canciones aquí interpretó, junto a su madre que salió a acompañarlo al piano, algunas canciones de Judy Garland las cuales, según contó, estaban incluidas en un DVD homenaje a ella en el que Rufus las interpreta en directo.
Otro gran momento fue cuando nos dijo al público que iba a cantar un clásico irlandés y que, claro, eso había que cantarlo como se debía, es decir, sin micrófonos. Así que un grupo de músicos -vientos y contrabajo- se adelantó a primera línea del escenario, Rufus se apartó del micrófono y así, sin ningún tipo de amplificación, se cantó la canción cual tenor de ópera. Era increíble cómo su voz se oía perfectamente por todo el teatro, llenándolo y envolviéndonos sin ningún tipo de artificio de por medio.
Tras despedirse con 14th Street llegaron los bises. Rufus apareció envuelto en un albornoz blanco que lo cubría de la cabeza a los pies y se sentó al piano para interpretar de esa guisa las canciones. Más temas propios y de Judy Garland -incluido Somewhere Over The Rainbow, de El Mago de Oz, a piano y voz-.
En un momento dado le colocan una silla delante del escenario, él se sienta y comienza a ponerse anillos de brillantes, pendientes, zapatos de tacón y a pintarse los labios de rojo. Acto seguido apagan las luces y cuando las vuelven a encender están los músicos vestidos de traje y puestos en semicírculo alrededor de Rufus que, al fondo, está escondido tras otro de los músicos que lo tapa. Cuando empieza la música -en playback ya que todos están haciendo la coreografía- comienzan a interpretar Get Happy también de Judy Garland imitando tal cual la coreografía original.
Rufus se descubrió con un sombrero, una chaqueta negra larga cruzada que le hacía las veces de minifalda y unas eternas medias negras que le llegaban hasta los tacones. Era divertidísimo ver la torpeza bailando de unos músicos que estaba claro que no valían para eso, en algún momento llegué a temer que alguno se partiera la crisma allí mismo. Sencillamente genial, y en el público estábamos totalmente entregados, al final del número todos nos pusimos en pie a aplaudir a rabiar.
En resumen, casi tres horas de espectáculo, original, divertido, genial, con un nivel musical tanto en las composiciones como en la interpretación muy difícil de ver estos días...
Los 30 euros mejor gastados de mi vida.
Llevo años escuchando su música, sobre todo los discos Want One y Want Two -que siempre me parecieron tan excesivos como maravillosos-, pero cuando realmente lo flipé fue con su último disco, Release The Stars -producido por Neil Tennant, de los Pet Shop Boys-, y su peloscomoescarpiador primer single Going To A Town. Así que en cuanto me enteré de que actuaba cerca corrí a comprar las entradas -30 euros y aún así acabé en última fila-.
El concierto lo comenzó precisamente con el tema que da título al disco que venía a presentarnos, y que fue toda una declaración de intenciones de por dónde iba a ir la cosa. Una vez colocada la banda Rufus apareció vestido con un traje chaqueta-pantalón rosa a rayas blancas verticales, y comenzó a cantar con esa voz incomparable que tiene acompañado de, además de los músicos, una bola de espejos que descendió sobre él para darle a la actuación más glamour si cabe. Tras este tema se sentó al piano y siguió directamente con el anteriormente mencionado Going To A Town, la que es una de mis favoritas y no pude evitar pensar que si se despachaba esa al principio el resto del concierto igual iba a ser más flojo. No pude estar más equivocado.
Una de las dudas que me rondaban por la cabeza mientras iba de camino era cómo iba a estar configurada la banda para interpretar en directo las barrocas orquestaciones de sus discos. Lo cierto es que, aún siendo amplia, vi una configuración más reducida de lo que esperaba. La verdad es que no me imaginaba cómo con un batería, un bajo y contrabajo, dos guitarristas y tres músicos a los vientos -además del piano de cola y la ocasional guitarra acústica y española de Rufus-, y sin ninguna cuerda, iban a poder tan siquiera acercarse al sonido del disco. Pero sí, lo cierto es que los vientos suplían perfectamente a las cuerdas y el sonido era tan genial y grandioso como era de esperar.
Además el nivel musical de la banda era tremendo. No sólo eran buenísimos cada uno en lo suyo, sino que algunos cambiaban según la canción de instrumentos de forma que uno de ellos lo mismo tocaba el saxofón, que la guitarra, que el piano de cola. Por no hablar del propio Rufus que, si bien chapurreaba más que correctamente la guitarra, me sorprendió como virtuoso del piano. No esperaba que fuera tan bueno.
La actuación estuvo centrada en los temas de Release The Stars, lo cual yo le agradecí mucho, presentándonos la marchosa Between My Legs, de estribillo impagable y para la cual subió una invitada del público a cantar con él la parte final; la preciosa Nobody's Off The Hook que interpretó al piano; o por último, por nombrar sólo algunas, la tremendísima Slideshow con la que a mí me daban ganas de saltar sobre las butacas, con ese estribillo tan infinito y grandilocuente que tiene.
Además también repasó otros temas emblemáticos de su carrera -aunque tengo que decir que eché de menos la estupenda versión que hace de Hallelujah de Leonard Cohen-, como I Don't Know What It Is, o The Art Teacher -preciosa, él solo al piano salvo cuando entra la trompa con su sonido tan evocador- o 14th Street con la que despidieron la segunda parte del concierto y en la cual los músicos se fueron retirando uno tras hacer un solo con su respectivo instrumento.
Porque una cosa que me llamó también mucho la atención fue la estructura del concierto. El espectáculo estaba dividido en tres partes. Entre la primera y la segunda hubo un descanso de unos quince o veinte minutos, y luego vinieron los bises, que más que bises, como digo, fueron una tercera parte más del concierto, que tuvo una duración total, incluido el descanso de, agarraos, tres horas.
En la segunda parte Rufus, para sorpresa de propios y extraños, abandonó el traje rosa para salir vestido de tirolés. Ahí es nada. Además de sus canciones aquí interpretó, junto a su madre que salió a acompañarlo al piano, algunas canciones de Judy Garland las cuales, según contó, estaban incluidas en un DVD homenaje a ella en el que Rufus las interpreta en directo.
Otro gran momento fue cuando nos dijo al público que iba a cantar un clásico irlandés y que, claro, eso había que cantarlo como se debía, es decir, sin micrófonos. Así que un grupo de músicos -vientos y contrabajo- se adelantó a primera línea del escenario, Rufus se apartó del micrófono y así, sin ningún tipo de amplificación, se cantó la canción cual tenor de ópera. Era increíble cómo su voz se oía perfectamente por todo el teatro, llenándolo y envolviéndonos sin ningún tipo de artificio de por medio.
Tras despedirse con 14th Street llegaron los bises. Rufus apareció envuelto en un albornoz blanco que lo cubría de la cabeza a los pies y se sentó al piano para interpretar de esa guisa las canciones. Más temas propios y de Judy Garland -incluido Somewhere Over The Rainbow, de El Mago de Oz, a piano y voz-.
En un momento dado le colocan una silla delante del escenario, él se sienta y comienza a ponerse anillos de brillantes, pendientes, zapatos de tacón y a pintarse los labios de rojo. Acto seguido apagan las luces y cuando las vuelven a encender están los músicos vestidos de traje y puestos en semicírculo alrededor de Rufus que, al fondo, está escondido tras otro de los músicos que lo tapa. Cuando empieza la música -en playback ya que todos están haciendo la coreografía- comienzan a interpretar Get Happy también de Judy Garland imitando tal cual la coreografía original.
Rufus se descubrió con un sombrero, una chaqueta negra larga cruzada que le hacía las veces de minifalda y unas eternas medias negras que le llegaban hasta los tacones. Era divertidísimo ver la torpeza bailando de unos músicos que estaba claro que no valían para eso, en algún momento llegué a temer que alguno se partiera la crisma allí mismo. Sencillamente genial, y en el público estábamos totalmente entregados, al final del número todos nos pusimos en pie a aplaudir a rabiar.
En resumen, casi tres horas de espectáculo, original, divertido, genial, con un nivel musical tanto en las composiciones como en la interpretación muy difícil de ver estos días...
Los 30 euros mejor gastados de mi vida.